La simbiosis puede clasificarse atendiendo a la relación
espacial entre los organismos participantes: ectosimbiosis y endosimbiosis.
En la ectosimbiosis, el simbionte vive sobre el cuerpo —en el exterior— del
organismo anfitrión, incluido el interior de la superficie del recorrido
digestivo o el conducto de las glándulas exocrinas. En la endosimbiosis, el
simbionte vive o bien en el interior de las células del anfitrión, o bien en el
espacio entre éstas.
Otros contrastes extremos en simbiosis son la
diferenciación entre simbiosis facultativas u obligatorias y la de simbiosis
permanentes o temporales.
En cuanto a la transmisión de la simbiosis se puede
distinguir entre la transmisión vertical, que es en la que existe una
transferencia directa de la infección desde los organismos anfitriones a su
progenie,
y la transmisión horizontal, en la que el simbionte es adquirido del medio
ambiente en cada generación.
Un ejemplo típico de «simbiosis de comportamiento» es la
relación entre la anémona de mar y el cangrejo ermitaño: el cangrejo «ofrece»
desplazamiento a la anémona y ésta le ofrece protección con sus tentáculos
venenosos. Otro ejemplo es el del gobio de
Luther, un pez, y una gamba ciega. La gamba excava una madriguera
con sus fuertes patas y permite que el pez la ocupe también. A cambio, éste
actúa como lazarillo, guiando a la gamba en la búsqueda de alimento. La gamba
toca con sus antenas la cola del pez y éste la mueve cuando detecta algún
peligro: en ese caso, los dos se retiran hacia la madriguera. También es
importante la micorriza
como asociación simbiótica.
La simbiosis, el sistema en el cual miembros de especies
diferentes viven en contacto físico, es un concepto arcano, un término
biológico especializado que nos sorprende. Esto se debe a lo poco conscientes
que somos de su abundancia. No son sólo nuestras pestañas e intestinos los que
están abarrotados de simbiontes animales y bacterianos; si uno mira en su
jardín o en el parque del vecindario los simbiontes quizá no sean obvios pero
están omnipresentes. El trébol y la vicia, dos hierbas comunes, tienen bolitas
en sus raíces. Son bacterias fijadoras de nitrógeno esenciales para su sano
crecimiento en suelos pobres en este elemento. Tomemos después los árboles, el
arce, el roble y el nogal americano; entretejidos en sus raíces hay del orden
de trescientos hongos simbiontes diferentes: las micorrizas que nosotros
podemos observar en forma de setas. O contemplemos un perro, normalmente
incapaz de percatarse de los gusanos simbióticos que viven en sus intestinos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario